Somos PENSAMIENTO, EMOCIÓN y ACCIÓN. Sobre estos tres conceptos se asienta nuestro equilibrio personal y emocional. ¡“La columna vertebral” de los individuos! Un solo individuo que existe y se asienta sobre estas bases.
¿Podéis imaginaros un solo comportamiento que no conlleve tanto acción, como emoción y pensamiento? Lo dudo mucho, ¡yo todavía no he dado con ninguno!
Para ayudaros a encontrar alguno os voy a dar unas rápidas pinceladas de qué es cada uno de estos factores. El pensamiento incluye todas las ideas e imágenes que conviven con nosotros en nuestro día a día, ya sea de manera consciente o inconsciente. Las emociones hacen referencia a cómo nos sentimos e impulsan a su vez el comportamiento, llamémoslas nuestro “motor”. Finalmente la acción es lo que se lleva a cabo, la interacción final con el ambiente.
¿Qué ocurre cuando “se pone al mando” uno de los factores?
Lejos de lograr una sintonía entre los tres permitiéndonos elegir plenamente lo que queremos, nos vemos arrebatados por uno de ellos, pudiéndonos encontrar en situaciones que no hemos elegido y no queremos.
Por ejemplo, una persona que “vive en la acción”, impulsiva y que actúa antes de pensar o de sentir. La costumbre de no hacerlo termina por eclipsar el motivo de tu acción: qué quiero, qué siento y por qué actúo de esta manera.
Ejemplo: Un día en el trabajo discuto con mi jefe o un compañero y abandono mi puesto de trabajo sin pensar en las consecuencias.
Las personas que “viven en la emoción”, las que son emotivas y que se dejan llevar (o más bien arrastrar) por los sentimientos. La falta de costumbre a la hora de usar la lógica y la razón provoca que se olvide qué pienso acerca de algo o la capacidad de entender por qué siento lo que siento.
Ejemplo: Cuando veo a mi pareja hablando con otra/o chica/o me enfado y sufro de primera mano en vez de pensar situaciones o motivos menos perjudiciales y realistas acerca de lo que está pasando.
O las personas que “viven en el pensamiento”, aquellas que son altamente racionales y lógicas. El resultado de ignorar las emociones y reprimirlas puede ocasionar que se termine por olvidar cómo interpretar qué siento, e incluso la capacidad de sentir en sí misma.
Ejemplo: Cuando me deja mi pareja, racionalizo los motivos y la situación que está por llegar a modo de consuelo en vez de permitirme el estar triste porque me ha pasado algo que me afecta.
Todas y cada una de estas posiciones tiene un precio:
Una alta desconexión de uno mismo, por eso la “columna vertebral” del individuo: éste no puede existir plenamente sin un equilibrio y una coherencia entre estos tres factores sobre los que se asienta.
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