En un primer momento este es un concepto que todos conocemos y que de hecho, utilizamos bastante a menudo en nuestro día a día: “¡qué emoción!”, “esto me ha emocionado”, “¡qué emocionante!”…etc. Pero ¿qué queremos expresar cuando utilizamos esta palabra?

El origen de esta palabra viene del latín mover a la acción. Respondiendo a la pregunta anterior, todas las veces que hemos utilizado esta palabra es para expresar un movimiento interno que termina por impulsar una conducta externa, es decir, la emoción nos lleva a la acción física, a la conducta (reír, llorar, correr…). Por lo tanto, ¿cómo podríamos definir la palabra emoción?

Una emoción es un estado afectivo que experimentamos como reacción subjetiva al ambiente que nos rodea, acompañada de cambios orgánicos que nos sobrevienen de manera más o menos brusca y pasajera. Las emociones son innatas, aunque la manera en la que la expresamos y vivimos está influida por la experiencia personal (el aprendizaje). Esto es porque todas las emociones tienen una función: adaptarnos al ambiente que nos rodea, sobrevivir. Estos cambios son diferentes según qué emoción, por lo que cada una de ellas se expresa corporalmente de manera distinta.

Existen 6 emociones básicas que nos ayudan a ponernos a salvo física y personalmente:

  • Miedo: es la anticipación de una amenaza o peligro. Produce ansiedad, incertidumbre e inseguridad. El miedo nos indica que sentimos una desproporción entre la amenaza y los recursos que poseemos.
    • Función: Tendemos a la protección.
  • Sorpresa: asombro y desconcierto. Es transitoria y puede impulsar para saber qué pasa. Impulsa al aprendizaje.
    • Función: Orientarnos frente a la nueva situación.
  • Asco: aversión y disgusto. Solemos alejarnos del objeto que nos produce esta aversión.
    • Función: Nos aleja y pone a salvo de lo que podría ser nocivo.
  • Ira: rabia, enojo, resentimiento, furia e irritabilidad. Nos prepara para la defensa del objeto que sentimos como un ataque.
    • Función: Nos induce a la destrucción y el ataque del peligro externo.
  • Alegría: diversión, euforia, gratificación, sensación de seguridad y bienestar. Solemos aproximarnos hacia lo que nos produce esta sensación.
    • Función: Nos induce a la reproducción (deseamos repetir el suceso que nos hace sentir bien).
  • Tristeza: pena, soledad y pesimismo. Nos conduce hacia el interior de nosotros mismos y nos aleja del exterior.
    • Función: Nos motiva hacia una nueva reintegración personal, hacia el aprendizaje.

Muchos de nosotros hemos aprendido que algunas de estas emociones son negativas, por lo que tendemos a ocultarlas, evitarlas y callarlas por miedo a que nos califiquen/ califiquemos de “cobardes”, “histéricos” o de “exagerados”…Pero la realidad es que haciendo esto es como si tapáramos el tablero del coche cada vez que salta un chivato para indicarnos que algo está pasando (de la misma manera que saltan las emociones en nuestro cuerpo). Si tapásemos el tablero en vez de hacerle caso a la indicación, no tendríamos ninguna señal que nos indicara si el coche va mal o precisa de alguna modificación.

Las emociones no son ni malas ni buenas, simplemente son y están, pero debemos aprender a expresarlas, entenderlas y regularlas para que no conlleven consecuencias y sensaciones negativas. Las emociones se vuelven “negativas” cuando en vez de cumplir su función angustian, bloquean o inhiben la posibilidad de recibir una experiencia y un aprendizaje. Para educar las emociones primero debemos conocer qué son, qué nos señalan, qué las gatilla, cómo funcionan y cómo las expresamos. Esto es cierto que es un trabajo muy difícil porque llevamos toda la vida acostumbrados a expresarlas de un modo concreto, y cambiar un hábito es un trabajo costoso, pero no imposible.

Pero, y esto ¿cómo se hace? Voy a poner un par de ejemplos con las emociones que suelen ser más incapacitantes acerca de cómo comenzar a educar a nuestras emociones:

La ira

Al sentir esta rabia, en vez de preguntarnos qué es lo que nos está causando esta frustración o cuál es el problema/obstáculo que tengo en frente, nos solemos preguntar quién es nuestro enemigo aquí. Esta visión de la situación nos hace mantener la alerta preparándonos para la lucha y la defensa, desviando el foco del problema hacia la destrucción del enemigo en vez de hacia la resolución del conflicto. Hay que transformar la ira que destruye en la ira que resuelve.

El miedo

Al percibir la desproporción de recursos personales para hacer frente a la situación que tenemos delante, solemos optar por callar y pensar “no tengo miedo, no voy a dejar que el miedo me anule” e ignoramos las valiosas señales que nos transmite el tener miedo. Existe el miedo funcional que nos hace recapitular los recursos que tenemos y cómo vamos a enfrentarnos a la situación. Hay que transformar el miedo disfuncional que nos bloquea e impide hacer frente de manera correcta a las exigencias del entorno, por el miedo funcional que nos ayuda a reajustar nuestros recursos y mejorarlos.

La expresión de las emociones, esa comunicación no verbal (tanto con uno mismo como con el exterior) es una fuente de información muy potente e importante, es nuestra manera de comunicarnos y comunicar una necesidad. ¡No las calles, escúchalas!